Colombia, el mayor Reality
Daniel Samper Pizano
CAMBALACHE
Bienvenidos al mayor 'reality' del mundo
(08 de Febrero de 2006)
En una versión avanzada del 'reality show' Cambio extremo, que ya tuvo una primera y exitosa salida, cierta productora de televisión busca feos para mejorarles el aspecto. Los feos serán carne de sintonía mediante cirugías más próximas a la farándula que a la medicina, hasta llegar a la gran final, que rozará el esperpento con un espectacular cambio de sexo.
Habrá cirugía plástica para todos los morbos. A unos les modificarán los ojos; a las señoras planas les reflotarán el busto; recortarán orejas a los orejones; atenuarán la nariz de los narizotas; proporcionarán liposucción a los gordos, refacción de labios a los jetones y recorte de papada a quienes acusen colgajos en el pescuezo. Supongo que cámaras y animadores penetrarán al quirófano, y que anunciadores privilegiados podrán ocupar las esquinas de la mesa de operaciones o coser sus logotipos en cicatrices prominentes. No anuncian por ahora alargamientos de pene ni himenoplastias. Pero los habrá, no se preocupen. Esperemos incluso carreras de parturientas -pierde la última en dar a luz-, concursos de agonizantes -gana el que muera primero- y un fabuloso 'Envenene a su pareja'. A la hora de amasar dinero, el ser humano no conoce fronteras infranqueables.
Hermoso que mejoren a los feos, pero aterrador que se haga con el ánimo de atraer televidentes y vender publicidad. Los realities revelan cuán bajo es posible llegar en la lucha por la sintonía. La BBC británica montó hace poco un falso concurso de fertilidad: personas que no se conocían convivían en una casa destinada a tener relaciones sexuales; cada semana era expulsado el participante más feo, hasta que quedaban solo dos parejas que se lanzaban a engendrar un bebé. La primera en lograrlo se llevaba 350 mil dólares. ¿Y el niño? Bueno, a lo mejor quedaba de propiedad de la programadora para futuros proyectos. El programa era una broma. Pero antes de que la BBC lo dijera se habían inscrito 200 candidatos.
En Estados Unidos hay programas en que intercambian cónyuges, y espacios donde cirujanos sin ética copian en el rostro de ciudadanos anónimos el de su estrella preferida. Allá llegaremos. Un día tendremos un cajero de banco cuya cara será una caricatura atroz de Carlos Vives.
A veces, cuando duermo mal, sueño que quizás nuestro país todo es un reality show, el más grande del mundo, inventado por un productor inescrupuloso. La campaña electoral tiende a confirmarlo. ¿Acaso no visitóÁlvaro Uribe el estudio donde se realizaba Gran Hermano? ¿Acaso en las listas para Senado de su partido no aparecen 40 concursantes elegidos tras un casting digno de la tele? Colombia repite sospechosamente los elementos del género. Para empezar, apostó por el verdadero secreto de los realities, que es el morbo de experimentar nuevas sensaciones, como reducir unas tetas o ampliar un mandato electoral. Luego, la dictadura de la sinto nía: la popularidad como medida de todas las cosas. Después, la renuncia a las ideas y el reino de los personajes: cantantes o políticos, da igual. Enseguida el infalible truco de la exclusión de la casa, aplicado ya a congresistas dudosos y señoras vinculadas a los paramilitares. Todo opera dentro de los cánones del reality, en medio de enorme dramatismo, con lágrimas, risas y apelaciones al Gran Hermano. Además, como en el modelo, la función no acaba nunca: fuera del estudio continúa la farándula, así como el Presidente es candidato sin necesidad de candidatura.
Aplastado por el reality nacional, me pregunto qué papel nos cabe a los ciudadanos. Y temo que es idéntico al de los pobres televidentes, que creen decidir el destino de los concursantes sin darse cuenta de que los primeros manipulados son ellos.
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